Aquí están, por primera vez en público, la esmeralda más grande del mundo y también la más valiosa. Era el secreto mejor guardado y en gran exclusiva para la revista Diners las exhibe por primera vez su dueño, Víctor Carranza, también el hombre de esmeraldas más poderoso y controvertido del mundo…
Las dos llevan ocho años guardadas en la caja de seguridad de un banco, en el centro de Bogotá. Durante miles o millones de años estuvieron ocultas a más de mil metros de profundidad, en las entrañas de la cordillera, en el municipio de Muzo, en Boyacá.
La grande es de 11 mil quilates, o sea más de cinco libras de peso. Se llama Fura y es la esmeralda más grande del mundo. La otra, la bautizaron Tena, con dos mil quilates, casi un kilo de peso. Es la más valiosa del mundo.
Se llaman Fura y Tena en homenaje a la leyenda de los dos príncipes Muiscas, que se amaron y murieron en aquellas montañas de los Andes colombianos, muchos años antes que llegaran los conquistadores españoles. Tena cumplió la profecía de suicidarse por Fura, porque era un amor imposible, y ella lloró por aquellas montañas lágrimas que se convirtieron en verdes esmeraldas...
Ella, Fura, es la más voluminosa, es sin duda alguna la esmeralda más grande hasta hoy conocida en el mundo, cinco veces más grande que aquella que se exhibe en el Museo Real de Viena. Pero su color verde no es tan intenso, apenas el matiz del limón. En cambio Tena, de dos mil quilates, tiene esa intensidad oscura, ese verde mariposa, que la hace más valiosa, mucho más valiosa que la esmeralda que perteneció a la emperatriz rusa Catalina la Grande, y que se remató en Christie´s de Nueva York por dos millones de dólares.
Por ello Fura y Tena son respectivamente en bruto, sin tallar, la esmeralda más grande del mundo y la esmeralda más valiosa del mundo. Pero hasta hoy eran prácticamente desconocidas en Colombia y el mundo. En cuanto a su precio, sólo se sabe que sólo se puede tasar en millones de dólares...
Muy pocas manos las han acariciado. Muy pocos ojos las han mirado. Su fulgor entre verde limón y mariposa no ha brillado para las pasiones de la codicia y la vanidad humana. Fue una existencia anónima en las entrañas de la cordillera y después en la bóveda de un banco.
Fura y Tena han sido el secreto mejor guardado en Colombia y son tan grandes y tan hermosas y tan poderosas y suman las dos casi 15 mil quilates de profundo fulgor, que a su lado parecen muy pequeñas y hasta insignificantes las tres esmeraldas colombianas que exhibe orgullosamente el Museo Smithsonian de Washington, que apenas tienen 858, 75 y 37 quilates cada una.
Pero ahora, por primera vez, emergen a la luz pública. Y lo hacen, nada más ni nada menos, que en las propias manos del zar de las esmeraldas en el mundo, don Víctor Carranza.
Un hombre pequeño, de cejas espesas, arriba de los 70 años, fuerte como un roble, un campesino sencillo y ligero, con más de 50 años en el oficio de explotación y comercialización de esmeraldas.
Sus manos son callosas. Su rostro curtido por el sol. Ha estado allí y ha sobrevivido a todas las violencias que han asolado a Colombia durante los últimos 50 años. Su presencia dispara el interés tanto de las páginas judiciales de los medios de prensa como de las revistas y los canales de televisión tipo National Geographic.
EL ÚLTIMO VIAJE
Ahora, en un día de verano de agosto, don Víctor Carranza se desplaza de incógnito por el tráfico de Bogotá en su camioneta blindada. Ingresa al centro de la ciudad. Llega al banco y abre la cajilla de seguridad. Con delicadeza y pulcritud de relojero saca las dos piedras, la del verde limón y la del verde mariposa.
Se desplaza hacia el aeropuerto del norte. Aborda un helicóptero que traza un círculo sobre la sabana y sobrevuela colinas, cumbres y abismos, rumbo a Boyacá. Se adentra sobre las montañas, y después en el fondo de un desfiladero, en un valle profundo, serpentea el río Minero y brillan los techos del municipio de Muzo.
El helicóptero desciende en círculos y se posa sobre una colina, frente a los grandes barrancones, de tierras oscuras, la montaña horadada, donde se ven las bocas de los socavones de las minas de Muzo, el Vaticano de las esmeraldas del mundo.
No se arriba ahora al Viejo Oeste de sangre de antes. Ahora es una explotación conjunta entre la concesión minera de Víctor Carranza y una empresa norteamericana con sede en Houston, que ha invertido 40 millones de dólares en la modernización y tecnificación de la mina. Ahora trabajan allí 500 mineros convertidos en obreros formales, uniformados, con todos los requisitos y prestaciones de ley. Se ven presurosos ingenieros colombianos y chilenos, altos ejecutivos, es la modernidad de la minería de esmeraldas.
Y allí frente a la montaña oscura, donde yace la veta de esmeraldas más grandes del mundo, Víctor Carranza traza el destino de Fura y Tena: "No tienen precio, no se pueden vender", afirma.
Está precisando que estas dos esmeraldas jamás serán fragmentadas, nunca serán talladas. Su destino no será un anillo o un prendedor, nunca se convertirán en joyas de ostentosa vanidad humana.
"Tendrán que estar algún día en un museo en Colombia, de donde son hijas", afirma Carranza con la parquedad del hombre rural.
Son hijas de ahí, de esa montaña que tiene al frente. Los grandes despeñaderos de tierras negras y calizas, que yacen bajo el tapete verde de la vegetación intensa, de un verdor entre limón y mariposa, como si la piel de la tierra sumara los dos verdes característicos de las esmeraldas que yacen en sus profundidades. Es el verde y lo oscuro del mundo de las esmeraldas que tanto esplendor le ha dado a Colombia pero que también tanta violencia y tanta muerte ha sembrado en ciudades y campos del país.
Entonces Víctor Carranza, con las dos esmeraldas que surgen a partir de hoy como las dos más importantes del mundo, la una la más grande y la otra la más valiosa, emprende el viaje hacia la entraña de esa tierra procelosa.
Primero es una travesía por un túnel que se adentra en la montaña más de un kilómetro, exactamente 1.200 metros. O sea más adentro y más profundo que donde hoy están atrapados los 33 mineros en Chile.
Después, desciende 140 metros más de profundidad, a través de un ascensor, hasta el fondo de la mina. Allí está la punta de la excavación. Hace calor. Los mineros sudan. Es un sudor que escurre tiznado de negro. Se escucha el rumor de que una veta valiosa está muy cerca. Pueden pasar dos o tres meses sin que aparezca una veta pero de un momento a otro puede surgir. Tal vez hoy o mañana.
En ese momento Víctor Carranza, el minero más famoso y discutido del mundo, se estira sobre el cielo del túnel, se alza hasta el techo de roca negra y caliza, y coloca allí a Fura, de once mil quilates, más de cinco libras de peso.
La gigantesca gema, la esmeralda más grande del mundo, en ese momento de nuevo, y a lo mejor por última vez, ha regresado a la profundidad donde yació por millones de años. Allí la encontraron hace apenas ocho años.
Dos horas después el helicóptero se levanta del profundo y caluroso cañón del río Minero. Se alejan los techos de Muzo y al fondo se observa el perfil de Coscuez. Estos dos pueblos entre la cordillera, en estas montañas ariscas, con el fuego de sus esmeraldas desde los tiempos de los caciques Fura y Tena y hasta nuestro tiempo, han sido protagonistas de todas las pasiones de la condición humana del hombre colombiano: trabajo, ambición, riqueza, muerte...
Es la parábola de la profecía cumplida: Tena se suicidó y Fura sostuvo el cadáver de su eterno amante sobre sus rodillas... Inmenso fue el dolor de Fura y sus gritos de dolor perforaron el silencio de la selva y sus torrentes de lágrimas se fueron convirtiendo en esmeraldas...
Ahora estas enormes lágrimas, las dos gemas, la una la más grande del mundo y la otra la más valiosa, parten de Muzo tal vez para siempre, en busca de su destino, en viaje hacia la eterna profecía...
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