viernes, 1 de octubre de 2010

Así vivió una ecuatoriana un día de tensión en Quito

esto fue ayer 30 de agosto de 2010 mientras los ataques que sufrior
el Presidente Correa !
La confrontación es cosa de todos los días y sabíamos que los policías iban a sublevarse, de la misma manera en que se han levantado todos o casi todos los grupos y movimientos sociales.

Por eso, mi primera señal real de alarma son los televisores prendidos en el trabajo y las pregunta de los compañeros "¿No te has enterado?" "¿No ves noticias?" . En realidad no tanto, la confrontación no sólo pierde credibilidad sino que además cansa.

En menos de una hora empieza a correr la versión que lo del Regimiento Primero va en serio. Correa dice que sale muerto si es necesario. En la oficina hacen reunión de piso para informarnos que lo que sucede se llama intento de golpe de estado y de ninguna otra forma. Algunos ministerios marchaban hacia Carondelet y nosotros esperamos indicaciones.

La indicación es reunirse en la planta baja. La sugerencia, dirigirse al Palacio. Se vuelve evidente que ya no se trata de los sueldos de los policías: se trata de escoger una postura e ir a defenderla, y yo no fui. En la calle suenan un par de sirenas, algunos militares, grupos lejanos coreando alguna consigna, pero también un aire indiscutible de revuelo. No confío en las muchedumbres y menos en aquellas formadas por la fuerza pública.

Muchos nos quedamos. En la televisión está el Presidente, en la Radio 'La Luna' se oye a la gente dando testimonio, en la página web de 'Ecuador Inmediato', un aviso de colapso por tantas visitas. Afuera de la oficina, las balas. El susto dura un segundo y luego alguien despierta: hay que tomar fotos.

Cuando llegamos al piso donde están las filmadoras y demás dispositivos, los chicos están ya plantados detrás de la ventana, cámara en mano. Escondidos porque la prensa o cualquier individuo con cámara está siendo obligado a entregar los casetes de grabación.

Las balas no se ven, lo que se ve es un chico en el suelo. Lo que se ve más allá es un grupo de uniformados contra otro muchacho, también en el suelo, caído a patadas. Yo lloro. Inmediatamente hay tres realidades: la conmoción afuera, nuestra paralización adentro, tratando de grabar todo sin que nos vean, y el huracán en la cabeza por no entender nada y no poder hacer nada por alguien que puede ser tu hermano, o tu amigo, o un extraño que tal vez, en otra situación, te hubiera salvado la vida.

Los policías lo dejan ahí tirado. Las fotos deben publicarse y no sabemos cómo. En medio del caos uno tiene claro que lo que pasa afuera está mal y hay que gritarlo como sea. La posibilidad o inminencia de un golpe de estado es una preocupación realmente pequeña y lejana: hay bombas lacrimógenas, motos y sirenas.
Yo me siento en el computador e intento publicar algo. La televisión está a todo volumen y alrededor mío los chicos corren con las cámaras buscando el mejor ángulo.

No sé cuánto tiempo pasa, quizá dos horas hasta que nos dan la posibilidad de irnos a la casa.

Afuera huele a llantas quemadas, a gas lacrimógeno, hay pocos autos, ningún taxi. Varias volquetas depositan montañas de tierra en calles principales. El cielo de Quito está siendo sobrevolado por helicópteros y todos los negocios están cerrados.

Las redes de teléfono colmadas dificultan la comunicación, algunos amigos están en Carondelet y cuentan que empiezan a marchar hacia el Hospital de la Policía, que el ambiente está pesado.

Hacia la noche ya solo hay incertidumbre. Durante largas horas lo único que se puede ver en la televisión es el canal oficial en transmisión extendida e ininterrumpida. La tensión crece y a todo el mundo se le olvida que alrededor de la bronca hay dos hospitales.

Más balas, más bombas. ¿Qué pasa si alguien muere?, ¿si muere Correa? Tengo miedo. Se pone en marcha el operativo de rescate para el Presidente. El tono de voz de los periodistas dice más que sus palabras: tiembla agitada y calla de repente cuando suenan las explosiones.

Entonces, todo dura en realidad poco tiempo. El Grupo de Intervención y Rescate saca al Presidente del hospital y en un rato está en el Balcón Presidencial hablándole a la gente. Parece mentira haber sentido tanto miedo, pero sí, se sintió.

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